La poderosa declaración de Jesús a sus discípulos, “Ustedes son la luz del mundo” (Mateo 5:14), resuena a lo largo de los siglos como un imperativo para todos los seguidores de Cristo. No se trata de una mera descripción, sino de una comisión activa: ser faros que disipen las tinieblas de la ignorancia y el error, guiando a la humanidad hacia el conocimiento salvífico de la verdad. Esta misión, lejos de limitarse a un grupo selecto, se extiende universalmente, abarcando especialmente a aquellos que el Antiguo Testamento denominaba “gentiles”.
Desde los albores de la historia de la salvación, la visión de Dios siempre fue inclusiva. Aunque Israel fue elegido como un pueblo especial, su propósito final no era el aislamiento, sino ser un instrumento a través del cual la luz de Dios se extendiera a todas las naciones. Ya en el Antiguo Testamento, se vislumbraba este destino global:
- Isaías 42:6: “Yo, el Señor, te he llamado en justicia, te tomaré de la mano y te guardaré; te pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones.” Aquí, el Siervo de Dios, que culminaría en Jesús, es claramente designado como una luz para los gentiles, un medio para establecer una nueva relación con Dios para toda la humanidad.
- Isaías 49:6: “Poco es que seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob y restaurar a los sobrevivientes de Israel; también te haré luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.” Este versículo refuerza la magnitud de la misión del Siervo, trascendiendo las fronteras de Israel para abrazar al mundo entero.
- Isaías 60:3: “Vendrán naciones a tu luz, y reyes al resplandor de tu amanecer.” Esta profecía visualiza un futuro glorioso donde los gentiles serán atraídos por la luz que emana de Jerusalén, una metáfora de la presencia de Dios entre su pueblo y, finalmente, a través de la Iglesia.
Con la llegada de Jesucristo, esta promesa antigua toma forma y se amplifica. Él mismo se declara “la luz del mundo” (Juan 8:12, Juan 9:5), y en Él, la luz divina brilla con plenitud. Sin embargo, su plan divino no concluye con su ascensión. Por el contrario, delega esta misma comisión a sus discípulos: ser portadores de esa luz, continuando su obra de iluminación.
El libro de los Hechos de los Apóstoles es un testimonio vívido de cómo los primeros cristianos abrazaron esta misión de llevar la luz a los gentiles. El Espíritu Santo los empoderó para trascender las barreras culturales y religiosas, compartiendo el evangelio con aquellos que estaban fuera de la tradición judía: - Hechos 13:47: Pablo y Bernabé citan Isaías 49:6, declarando: “Porque así nos ha mandado el Señor: ‘Te he puesto para luz de las naciones, a fin de que lleves la salvación hasta los confines de la tierra.'” Esta declaración es crucial, ya que los apóstoles reconocen explícitamente que su ministerio a los gentiles no es una invención humana, sino un mandato divino arraigado en las profecías del Antiguo Testamento. Su predicación a los gentiles es una extensión directa del plan de Dios.
- Hechos 26:18: En su defensa ante el rey Agripa, Pablo relata su encuentro con Cristo en el camino a Damasco, donde Jesús le dice que lo envía a los gentiles “para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.” Este pasaje subraya la esencia de ser luz: abrir los ojos espirituales de aquellos que viven en la oscuridad, capacitándolos para ver la verdad de Dios y experimentar la libertad del pecado.
Las epístolas paulinas profundizan aún más en el papel de los creyentes como luz y en el propósito de Dios de traer a los gentiles al conocimiento de la verdad: - Efesios 5:8: “Porque en otro tiempo ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Anden como hijos de luz.” Pablo exhorta a los creyentes a vivir de acuerdo con su nueva identidad en Cristo. La luz no es solo algo que poseen, sino algo que deben manifestar a través de sus acciones y testimonio, iluminando así el camino para otros.
- Colosenses 1:12-14: Aquí se exalta a Dios Padre por “habernos rescatado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de su Hijo amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” Este pasaje describe la transformación radical que ocurre cuando una persona es atraída a la luz de Cristo, liberándose de la esclavitud de la oscuridad espiritual.
- 1 Pedro 2:9: “Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Pedro reitera la vocación del pueblo de Dios a ser un pueblo distintivo, cuya existencia misma proclama las maravillosas obras de Dios que los sacó de la oscuridad a su gloriosa luz. Esta “luz admirable” es precisamente el evangelio de la verdad.
Ser “la luz del mundo” para los gentiles implica mucho más que una simple exposición de doctrinas. Requiere una vida transformada que refleje la pureza, la justicia y el amor de Cristo. Es vivir de tal manera que las personas, al observar a los creyentes, sean atraídas a la fuente de esa luz. Esto incluye: - Proclamación explícita de la verdad: Compartir el evangelio de Jesucristo con claridad y convicción, presentando el camino de salvación.
- Testimonio de vida: Manifestar los frutos del Espíritu Santo (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza) en las interacciones diarias, haciendo visible la diferencia que Cristo hace.
- Obras de amor y misericordia: Atender las necesidades físicas y emocionales de los demás, demostrando el amor incondicional de Dios en acción.
- Vivir en santidad: Apartarse del pecado y buscar la rectitud, para que la luz no sea opacada por la inconsistencia.
En un mundo cada vez más fragmentado y desorientado, la comisión de ser “la luz del mundo” adquiere una relevancia sin precedentes. La “verdad” a la que Jesús llama a los gentiles no es simplemente un conjunto de hechos, sino una persona: Él mismo. Es a través de la relación con Cristo que se disipan las dudas, se encuentra el propósito y se experimenta la verdadera libertad.
La Iglesia, como el cuerpo de Cristo en la tierra, tiene la responsabilidad sagrada de continuar esta obra. Cada creyente, individualmente y en comunidad, es llamado a reflejar la luz de Cristo en sus esferas de influencia. Así, la visión profética de los gentiles llegando al conocimiento de la verdad se convierte en una realidad viva, a medida que la luz de Cristo, a través de sus discípulos, ilumina cada rincón de la tierra, guiando a la humanidad hacia el abrazo amoroso del Padre.
